Entre el 11 y el 14 de julio en Detroit, Michigan se realizó la conferencia TED Countdown summit, una actividad en la que participaron innovadores globales, ejecutivos de empresas, científicos, formuladores de políticas, líderes de la próxima generación, artistas y activistas decididos a crear un futuro mejor.
Ramón Mendéz, Director Ejecutivo de IVY, fue uno de los encargados de dar cierre al evento con su presentación “Podemos hacerlo”.
En una sala colmada de referentes en temas climáticos del mundo Mendez compartió su experiencia y el caso uruguayo motivando a sumarse a los procesos de transición sostenible.
“Cuando le hablo a la gente de Uruguay, suelen hacerme dos preguntas: ¿cómo ha ocurrido? y ¿puede repetirse en otros lugares?”
Y para responder esas preguntas el científico, ex Director Nacional de Energía de Uruguay recordó los años previos a la transición energética que colocaría a su país como un ejemplo en el mundo, haciendo énfasis en que el proceso implicó desafíos similares a los que enfrentan varios países de la región y el mundo.
“Hace 15 años, el sector energético uruguayo atravesaba una profunda crisis. La economía del país crecía a un ritmo sin precedentes y la pobreza disminuía, lo cual era estupendo, pero el consumo de energía crecía rápidamente, lo cual no lo era tanto. Uruguay no tiene reservas probadas de combustibles fósiles, ya había utilizado sus grandes ríos para instalar centrales hidroeléctricas, y nuestros dos vecinos, Argentina y Brasil, tenían serias dificultades para abastecer su propia demanda, por lo que no era fácil que nos ayudaran. En los años secos, cuando teníamos que utilizar mucho más combustibles fósiles importados o nos veíamos obligados a importar electricidad de nuestros vecinos a precios extraordinarios, los sobrecostes podían superar los 1.000 millones de dólares, y para una economía pequeña como la uruguaya esto supone el 2% de su PIB. Y, lo que es peor, habíamos empezado a tener cortes de energía”
En aquel contexto, poco favorable, Méndez se decidió a intervenir, descubriendo más limitaciones hasta el día que se abrieron puertas inesperadas. “Durante la mayor parte de mi vida fui científico, físico de partículas, investigando sobre temas alejados del mundo cotidiano. Pero en aquel difícil contexto energético nacional vi la necesidad de reinventarme para implicarme en la búsqueda de soluciones. Empecé a estudiar la cuestión energética, a organizar seminarios y a debatir con distintos expertos. Comprendí que el problema energético era complejo y tenía múltiples dimensiones, tecnológicas y económicas por supuesto, pero también medioambientales, sociales, geopolíticas, culturales e incluso éticas. Empecé a escribir mis pensamientos, que se convirtieron en una propuesta holística centrada en una transición justa hacia las energías renovables, con objetivos muy ambiciosos. Y un día, mientras estaba en mi despacho de la Universidad, recibí una llamada inesperada. Mi propuesta había llegado al Presidente y me invitaba a ponerla en práctica. Imagínense mi sorpresa, me estaba proponiendo ser el jefe político de la agencia nacional de la energía de mi país.”
Pocos meses después llegaron las elecciones y con el cambio de gobierno nuevos desafíos. Durante la presidencia de José Mujica, el mandatario “insistió en que la política debía ser aceptada y compartida por todos los partidos políticos. Pacientemente, negociamos con todos los partidos representados en el parlamento y, tras aceptar algunos cambios menores, conseguimos nuestro objetivo. Contar con una política a largo plazo respaldada por todo el sistema político uruguayo era fundamental para avanzar rápidamente.”
Hasta el momento se habían logrado dos elementos fundamentales, una poderosa hoja de ruta (la idea) y la voluntad política consensuada (la negociación) pero aún restaba hacer realidad el cambio técnológico.
“En solo 5 años, Uruguay pasó de un mix energético hidrotérmico tradicional con hasta un 50% de combustibles fósiles, a un mix casi completamente descarbonizado, que ya en 2017, era un 98% renovable. Pero lo que hace único el caso uruguayo es que casi la mitad de esa electricidad se genera a partir de fuentes renovables no tradicionales, eólica, solar y biomasa sostenible. La energía eólica puede producir por sí sola hasta el 40% de la electricidad total consumida en Uruguay en un año, un porcentaje comparable al del otro campeón eólico, Dinamarca. Pero también el 15%, o incluso el 20% de nuestra electricidad se produce utilizando biomasa sostenible. Uruguay es un país agroindustrial con abundantes residuos orgánicos de alto contenido energético, como la cascarilla de arroz, el bagazo, el licor negro de las fábricas de celulosa, que ahora han dejado de ser un pasivo ambiental para convertirse en un activo energético.”
Y entonces surge nuevamente la pregunta del inicio ¿cómo fue posible ese cambio tecnológico?
“Por supuesto, no fue fácil. Tuvimos que innovar. Tuvimos que entender cómo planificar y cómo hacer funcionar un sistema muy diferente de los tradicionales. Nuestros académicos trabajaron durante años en el diseño de un innovador programa informático para gestionar el despacho de energía, diseñado específicamente para gestionar fuentes intermitentes, como el viento y el sol, pero también cómo utilizar el agua. Este modelo utiliza la probabilidad de que se produzcan distintos escenarios meteorológicos, basándose tanto en un siglo de datos históricos como en la previsión de recursos.
Esto nos permite, por ejemplo, tener una predicción de la generación eólica y solar con hasta una semana de antelación. Y esto nos permite saber cómo y cuándo tenemos que utilizar el agua de las presas. Gracias a esta metodología disruptiva, hoy, en Uruguay, las fuentes intermitentes son las reinas. La capacidad total instalada de energía eólica y solar es del orden de la demanda pico del país. Esto significa que cuando tenemos suficiente sol y viento, casi toda la electricidad de Uruguay se genera sólo a partir de estas dos fuentes, además de las centrales térmicas de biomasa. Y esto puede ocurrir en muchos momentos a lo largo de una semana. En esas épocas no utilizamos el agua de las presas. Las centrales hidroeléctricas sólo entran en juego cuando se pone el sol o cuando sopla el viento.”
La pasión y convicción cubren la sala, no se trata solo de la forma en la que Méndez narra el periplo uruguayo, sino de la absoluta confianza que transmite en que este mismo proceso se puede trasladar a otras realidades. Pero aún se ven algunas caras de incredulidad, rondan en el ambiente nuevas preguntas ¿Qué pasa si el sistema falla?
“Nuestra póliza de seguros, cuando todo lo demás falla, son las turbinas de gas y las centrales de ciclo combinado, junto con las centrales de motor. Sí, por supuesto, las centrales eléctricas flexibles de combustibles fósiles siguen ahí. Pero dependemos muy poco de ellas a lo largo de un año, lo que permite que las fuentes no renovables no representen más del 2% de la electricidad consumida en el país en un año normal y hasta el 6 o quizá el 7% en uno muy seco. Y lo conseguimos sin ningún tipo de almacenamiento en baterías, bombeo de agua ni ninguna solución tecnológica moderna para el almacenamiento de electricidad. Uruguay ha demostrado que un sistema eléctrico puede funcionar casi exclusivamente gracias a la complementariedad de distintas fuentes renovables, independientemente de sus intermitencias individuales.”
Y este es quizás el momento de plantearse la pregunta: ¿Y qué ha pasado con la economía? Cuánto ha costado todo esto?
“Y la respuesta es aún más radical: el coste fue negativo, si se me permite la expresión. Es decir, esta transformación tuvo un impresionante impacto POSITIVO en nuestra economía. Para empezar, el coste total de generación de la electricidad que consume el país se redujo casi a la mitad: pasamos de unos 1.100 millones de dólares anuales a sólo 600 millones en la actualidad. Esa diferencia de 500 millones de dólares anuales para un país como Uruguay es enorme, ya que equivale al 1% de su PIB. A modo de comparación, el 1% del PIB de Estados Unidos equivale a unos 250.000 millones de dólares anuales. Además, esos tremendos sobrecostes asociados a los años secos, pues prácticamente desaparecieron. Pasamos de sobrecostes de mil millones de dólares a sólo 100 o 200 millones en la actualidad. Sí, sorprendentemente, ahora tenemos más fuentes naturales en la mezcla, pero gracias a su complementariedad dependemos mucho menos de la variabilidad meteorológica. Conseguir esta tremenda reducción de costes tampoco fue fácil. Tuvimos que innovar también en eso. Tuvimos que entender que las energías renovables requieren un modelo de negocio muy diferente del tradicional del sector eléctrico. Tuvimos que diseñar un nuevo modelo de mercado. Nuestro modelo de negocio actual se basa en contratos a largo plazo derivados de procesos de subasta, en el que el porcentaje de cada fuente se predetermina en función de un modelo de optimización que define la mejor complementariedad técnica entre fuentes, para minimizar el coste global. Esto permite que la generación de electricidad esté casi al 100% bajo contrato, lo que naturalmente no deja espacio para el mercado al contado y, por tanto, para la incertidumbre.
La ventaja económica del nuevo modelo no es sólo la disminución del coste global, sino también su estabilidad en el tiempo. Hoy en día, el coste de la generación de electricidad en Uruguay está estabilizado, ya que es casi independiente de las fluctuaciones de los precios de las materias primas energéticas. Por eso la matriz eléctrica uruguaya apenas se vio afectada por la guerra en Europa. No tuvimos problemas de abastecimiento ni de asequibilidad.
Pero los beneficios económicos aportados por la transición energética fueron mucho más allá del sector energético. Recibimos 6.000 millones de dólares de inversión en pocos años; y eso es el 12% de nuestro PIB. Se crearon nuevos conocimientos, nuevas capacidades industriales y empresariales y 50.000 nuevos puestos de trabajo. Vale, esto puede parecer poco para ustedes, pero en un país de sólo 3,4 millones de habitantes, representa cerca del 3% de su población activa. De nuevo, si hiciéramos una comparación con Estados Unidos, equivaldría a la creación de varios millones de nuevos puestos de trabajo”.
Para cerrar el ex director de Energía uruguayo fue enfático “aunque cada país tendrá que construir su propio proceso de transición energética, sí, la gran mayoría de los países pueden hacer un proceso similar al uruguayo. No se necesita necesariamente mucha capacidad hidroeléctrica de reserva, pero hay que aportar más flexibilidad al sistema, con nuevos modelos de despacho y de mercado. Pero si hay personas y empresas que construyen inteligencia artificial y cohetes, ¡una nueva gestión de la energía no debería ser tan difícil!
Puede que así no se consiga reducir la cuota fósil al 2%, como en Uruguay, pero sin duda estará por debajo del 15 o 20%, y en muchos países incluso menos”
Méndez explica cómo está colaborando con varios países de América Latina, desde la República Dominicana hasta Chile e incluso en Europa y otras regiones “y la buena noticia es que la estrategia uruguaya puede funcionar en diferentes contextos. Pero hay un ingrediente especial que es absolutamente crucial: hay que tener una fuerte voluntad política para avanzar y para ello hay que construir un amplio acuerdo político que trascienda la administración de turno.
”Las energías renovables ya no son sólo una solución a la crisis climática. Hoy, las renovables nos permiten construir sistemas energéticos seguros, fiables y robustos; nos permiten reducir drásticamente y estabilizar el coste de la electricidad, al tiempo que tienen un enorme impacto positivo en la economía y la creación de empleo.
La lección aprendida del ejemplo uruguayo es que las energías renovables están maduras para proporcionar no sólo una solución climática a escala mundial, sino también importantes beneficios socioeconómicos a escala nacional. Y esto puede y debe ocurrir ahora. No hace falta esperar a 2040, ni siquiera a 2030″.
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